‘En sus palabras’…’NUESTRO PRESENTE SOCIAL’. Maria Montessori, Formación del Hombre.

Recuerdo a una ‘maestra de maestras’ que tuve cuando era niña, Elba es su nombre…cada gesto, cada palabra era una invitación a explorar espacios insospechados, cultivando en cada un@ de nosotr@s el amor, el respeto y las ganas de aprender, y por cierto, el agradecimiento por tod@s quienes formábamos parte de aquella ‘familia’ (en mi clase éramos 45 niñ@s). Nuestra clase era como nuestro hogar, una escuelita pequeña, en un pueblo donde tod@s nos conocíamos…al hablar con otr@s amig@s del pueblo nos dábamos cuenta que en nuestra escuelita seguía existiendo vida, no se detenía al entrar a clases porque allí fluía el movimiento, las ideas, el contacto con la naturaleza, los juegos, las sonrisas, al vida en comunidad, el trabajo… Una de las cosas que siempre recuerdo de ella es que nos invitaba a buscar referencias en fuentes primarias de información, siempre nos decía que si queríamos saber de ‘alguien’ lo mejor era leer sus escritos y no quedarnos con las interpretaciones que realizan otros autores sobre ell@s en años posteriores.

Por ello, hoy quiero compartir con tod@s algunos pasajes del libro de Maria Montessori (Formación del Hombre) sobre cuestiones esenciales de la vida misma, palabras clave que después de todos estos años me doy cuenta que Elba (mi profesora) lo llevaba consigo y al releer a Montessori sobre estos temas la recuerdo a ella: el presente social, el cometido de una nueva educación, qué es el ‘método Montessori’, orden y bondad, el embrión espiritual. Hoy pienso en Elba González, nuestra maestra de primaria que nos acompañó en esta vida hasta que tuvimos entre 10 y 11 años en aquella escuelita de aquellos años. (Bet.-)

NUESTRO PRESENTE SOCIAL

“Es ya una frase común decir que existe un desequilibrio entre el milagroso progreso del ambiente y el atraso en el desarrollo del hombre; que el hombre recibe un gran choque al adaptarse al ambiente, y que en este choque sufre y se degrada. Se podría decir que las fuerzas del progreso exterior son semejantes a las fuerzas de un pueblo poderoso que invade y subyuga a un pueblo débil y, como sucedía en las guerras de los bárbaros, el subyugado queda convertido en esclavo.

Hoy la humanidad está vencida y esclavizada por su propio ambiente, porque frente a él se ha quedado débil.

La esclavitud va creciendo rápidamente y adquiere unas formas que no se conocieron nunca en el pasado de las luchas entre pueblos poderosos y vencedores y pueblos débiles y vencidos. Nunca la impotencia humana alcanzó el grado extremo que tiene hoy.

¿No veis cómo nada está seguro? Las riquezas no se pueden salvar. El dinero que está en los bancos puede ser robado enteramente en cualquier momento. Si se le quiere acumular, escondiéndolo como se hacía en la Edad Media, amontonando las riquezas en escondites y sepultando los tesoros, el dinero puede perder todo u valor y retirado de la circulación. El dinero que se tiene en un estado no puede ser sacado fuera; y una persona, por rica que sea, no puede vivir en otra nación, porque está prohibido llevar consigo dineros o joyas y se corre el peligro de ser registrados y despojados en los puestos fronterizos, como si la propiedad fuera un robo. Se puede viajar con pasaporte, que ya no es más que un estorbo para el individuo, y no una protección, como era en el pasado. En la propia patria es necesario ir provisto de un carnet de identidad con la fotografía y las huellas digitales. Y se ha dado el caso de no poder comprar ni lo puramente necesario para la vida a no ser adquiriendo de vez en cuando unas tarjetas sin las que no se podía conseguir siquiera el pan, cosa que solamente sucedía antes con los pobres que vivían de limosna. Nadie tiene segura su vida: puede ser puesta en peligro por una guerra absurda en que todos -hombres, jóvenes, viejos, mujeres y niños- están en peligro de muerte. Las casas son bombardeadas y la gente tiene que refugiarse en subterráneos, como los hombres primitivos se refugiaban en las cavernas para defenderse de las bestias feroces. Puede desaparecer el alimento, y millones de hombres morir de hambre y peste. Hombres andrajosos y desnudos, que mueren ateridos o helados por la intemperie. Las familias se dividen, se destrozan; los niños quedan abandonados y vagan en cuadrillas como salvajes.

Y esto no sucede sólo en pueblos vencidos en la guerra: sucede en todos. Es la misma humanidad la que está vencida y esclavizada. ¿Por qué esclavizada? Porque vencedores o vencidos, los hombres son todos esclavos, están inseguros, atemorizados, viven en sospecha y hostilidad, obligados a defenderse con el espionaje y el bandolerismo; aceptando y cultivando la inmoralidad como una forma de defensa. La estafa, el robo adquieren nuevos aspectos, y se convierten en el modo de sobrevivir allí donde las restricciones llegan al absurdo. La vileza, la prostitución, la violencia se convierten en formas habituales de existir. Se pierden los valores espirituales e intelectuales que antes honraban a los hombres. Los estudios son áridos, fatigosos, sin altura: tienen la única finalidad de ayudar a encontrar un trabajo, que a pesar de todo es incierto e inseguro.

Impresiona ver que esta humanidad, que yace en una esclavitud sin nombre, grita, como un estribillo estereotipado, que ella es libre o independiente. Este miserable pueblo degradado clama que es soberano. ¿Qué es lo que buscan estos seres infelices? Buscan como bien supremo lo que llaman democracia: es decir, que el pueblo pueda expresar su opinión acerca del modo como es gobernado, que pueda emitir el voto en las elecciones.

Pero, ¿qué es el voto, sino una ironía? ¡Elegir al gobernante! Y el gobernante no puede liberar a nadie de las cadenas que atan a todos, que privan de toda actividad, de toda iniciativa, de todo poder de salvarse.

Es un dueño misterioso; un tirano omnipotente, como un dios. Es el ambiente que engulle y tritura al hombre.

El otro día un joven panadero que estaba trabajando en una gran máquina de fabricar pan, fue apresado por una mano entre los engranajes, y luego éstos aferraron todo el cuerpo y lo trituraron. ¿No es esto un símbolo de las condiciones en las que languidece esta humanidad inconsciente y víctima de su destino? Podemos comparar al ambiente con esa máquina colosal, capaz de producir cantidades fabulosas de alimento; y el obrero arrastrado representa a la humanidad no preparada e imprudente, que es apresada y triturada por lo que debería darle la abundancia. Tenemos aquí un aspecto del desequilibrio entre el hombre y el ambiente, del que tiene que liberarse la humanidad, fortaleciéndose a sí misma, desarrollando los propios valores, curándose de su locura y siendo consciente del propio poder.

Es necesario que el hombre aúne todos sus valores vitales, sus energías; que los desarrolle y se prepare para su liberación. No es ya tiempo de luchar unos contra otros, de buscar el arrollarse mutuamente; hay que contemplar al hombre sólo con la mira de elevarlo, de despojarlo de los lazos inútiles que se está fabricando y que lo arrastran hacia el abismo de la locura. La fuerza enemiga está en la impotencia del hombre respecto de sus mismos productos, está en frenar el desarrollo de la humanidad. Bastaría, para vencerla, que el hombre reaccionase y se comportase con una preparación diversa frente al ambiente, que por sí mismo es productor de riquezas y de felicidad.

Se trata de una revolución universal, que solamente exige que el hombre ensalce sus propios valores, y se convierta en el dominador, en vez de ser la víctima del ambiente que él mismo ha creado.”

(Continua leyendo ‘EL COMETIDO DE LA NUEVA EDUCACIÓN’)

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