‘Puede parecer que nos hemos alejado de la primera cuestión, que era la educación. Pero esta divagación (leer Nuestro presente social) nos abre los nuevos caminos que ahora necesitamos recorrer.
Así como se ayuda a un enfermo en el hospital para que recupere la salud y pueda continuar viviendo, así hoy hay que ayudar a la humanidad a salvarse. Nosotros tenemos que ser los enfermeros en este hospital, inmenso como el mundo.
Es necesario caer en la cuenta de que el problema no se limita a las escuelas, tal como son concebidas hoy y no afecta a métodos de educación, más o menos prácticos, más o menos filosóficos.
O la educación contribuye a un movimiento de liberación universal, o se convierte en uno de esos órganos que han quedado atrofiados al no ser usados durante la evolución del organismo.
Existe en nuestros días, como decíamos, un movimiento científico del todo nuevo, que se presenta con resultados aún inconexos, pero que tiende ciertamente a unificarse en el futuro.
Sin embargo, este movimiento no se da propiamente dentro del campo de la educación, sino en el de la psicología. Y dentro de la psicología, no ha surgido por una preocupación pedagógica (conocer al hombre para educarlo), sino más bien por una preocupación de salir al encuentro de los sufrimientos y de las anomalías de los hombres, especialmente de los adultos. La nueva psicología ha nacido dentro del campo de la medicina, y no en el de la educación. Esta psicología de la humanidad enferma se extiende también a los niños, que se presentan inquietos, desdichados, con sus energías vitales reprimidas y desviadas de la normalidad.
De todos modos, éste es el movimiento científico que está naciendo con el fin de poner alguna barrera al mal que lo inunda todo, y algún remedio a los espíritus confusos y desorientados. Y a este movimiento hay que enganchar la educación.
Creedme: las tentativas de la llamada educación moderna que intentan sin más liberar a los niños de supuestas represiones, no van por buen camino. El dejar hacer a los escolares aquello que quieren, entretenerlos con ocupaciones ligeras, hacerles volver como a un estado de naturaleza salvaje, no es suficiente. No se trata de “liberar” de algunas ataduras, se trata de “reconstruir”; y la reconstrucción exige la elaboración de una “ciencia del espíritu humano”. Es una labor paciente, una labor de investigación, a la que deben contribuir miles de personas dedicadas a este objetivo.
Quien trabaje en esta reconstrucción debe ir impulsado por un idea grande, más grande que aquellos ideales políticos que han promovido mejoras sociales porque tenían a la vista la vida material de algún grupo de hombres oprimidos en la injusticia y en la miseria.
Aquí el ideal es universal: es la liberación de toda la humanidad. Y se necesita mucha labor paciente en este camino de liberación y valoración del hombre.
¡Mirad cuántos, en el campo de las otras ciencias, trabajan encerrados en sus laboratorios, observando al microscopio las células y descubriendo las maravillas de la vida; cuántos ensayan en los gabinetes de química las reacciones, descubriendo los secretos de la materia; cuántos trabajan para aislar las energías cósmicas con el fin de dominarlas y poder utilizarlas! Ahora bien, estos incontables trabajadore pacientes y sinceros son los que han hecho avanzar la civilización.
Algo semejante, como ya hemos dicho, hay que hacer también con el hombre. Pero el ideal, el fin que hay que proponerse debe ser común a todos. Deberá poder realizar aquel dicho que, a propósito del hombre, se encuentra en los libros religiosos: “Compréndete a ti mismo, tu hermosura; avanza prósperamente en tu ambiente, rico y lleno de milagros; y reina sobre él”.
Pero se dirá: “Sí, esto es hermoso, fascinante, pero ¿no veis cómo entretanto, en derredor, crecen los niños, y los jóvenes se hacen hombres? No se puede esperar a una elaboración científica, porque mientras tanto la humanidad será destruida”.
Yo respondo: “No es necesario esperar a que el trabajo de investigación se haya completado. Basta con comprender la idea y proceder según sus indicaciones”.
De todas formas, una cosa ya es clara: la pedagogía no debe estar dirigida, como en el pasado, por las ideas que habían fabricado algunos filósofos y algunos filántropos, es decir algunos que estaban impulsados por su piedad, su simpatía, por su caridad. La pedagogía debe resurgir bajo la guía de la psicología, de esta psicología aplicada a la educación, a la que conviene darle pronto un nombre diverso: PSICOPEDAGOGÍA.
En este campo se obtendrán muchos descubrimientos. Es indudable que, si el hombre ahora está desconocido y reprimido, su liberación total ofrecerá revelaciones asombrosas. Y la educación deberá proceder en función de estas revelaciones; del mismo modo que la medicina común se basda en la “vis medicatrix naturae”, en las fuerzas curativas que ya están en la naturaleza, y la higiene se basa en los conocimientos de la fisiología, es decir en las funciones naturales del cuerpo.
AYUDAR A LA VIDA: es el primer principio fundamental.
Ahora bien, ¿quién puede revelarnos las vías naturales por las que marcha el crecimiento psíquico del individuo humano, sino el mismo niño en condiciones de manifestarse? Así pues, nuestro primer maestro será el mismo niño, o mejor, el impulso vital con las leyes cósmicas que le conducen inconscientemente: no lo que nosotros llamamos “la voluntad del niño”, sino el misterioso querer que dirige su formación.
Yo puedo afirmar que las revelaciones del niño no son difíciles de obtener. La verdadera dificultad reside en los prejuicios antiguos del adulto hacia el niño, en la ciega incomprensión y en los velos que una forma de educación, arbitraria y basada sólo sobre el raciocinio humano, o mejor sobre el egoísmo inconsciente del hombre y sobre su soberbia de dominador, ha venido tejiendo para ocultar los valores de la sabia naturaleza.
Nuestra contribución, aunque pequeña, incompleta todavía, y considerada insignificante en el campo científico de la psicología, servirá sin embargo para ilustrar este enorme obstáculo de los prejuicios, que pueden borrar y destruir las aportaciones de nuestra experiencia aislada.
Si lográramos sólo probar la existencia de estos prejuicios, habríamos aportado ya un beneficio de importancia general.’
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